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EN INDYROCK * Archivo histórico
LOS DEALERS
Cuando el talento ingresa en la senda
gastada,
el recorrido se colma de delirio y jarana
por
Hugo Roca - IndyRock
La historia aburre por trillada. Miríadas de bandas, todas ellas
ilusionadas: desde párvulos los integrantes soñaban con el
fausto día en el que, rodeados de cirios blancos, coronarían de
azahares sus mondas crestas. Cierto es que ellos nunca pensaron
en flores hieráticas, sino en fanáticos manipulables y en sus
cabezas lo único que visualizaban eran hirsutas cabelleras. En
fin, el punto es diáfano: músicos adolescentes que formaron una
banda con el inenarrable objetivo de escribir alguna canción
especiosa que se cruzara en el camino de las ondas radiales y se
propagara ecuménicamente. Al escucharla, zafias mujeres
desmayarían y hombres hartos de música vana recuperarían la
esperanza en el surgimiento de los nu-Beatles.
En momentos de auto confianza extrema no dudo que hayan
visualizado que sus días transcurrirían en paradisíacas
mansiones donde celebrarían brejetas históricas y coloquios en
backstage con la prosapia del rock. Imaginaron que el mundo se
conmocionaría con las noticias acerca de sus excesos y que
utilizarían su tormentosa vida para despertar la admiración de
todos aquellos seres que los enhestarían por su sensibilidad
inigualable. Soberbio es el impacto que recibe su travieso e
ingenuo entendimiento al chocar de frente con el implacable
estuco de la realidad. Procederé a explicar por qué de miles de
bandas que surgen diariamente, todas ellas con ímpetu, con
verdadero esfuerzo y dedicación, son mínimas, como minucias en
el yermo, las que logran hacer de su música la peana en la que
se desarrolle su vida.
El primer hecho que descarta a 99 de 100 bandas es que
decidieron ser músicos y a partir de su elección trabajaron para
lograrlo; es decir: por alguna causa, cualquiera que esta haya
sido, concluyeron, y con toda pureza, no lo dudo, que se
dedicarían a crear canciones. Todo parece correcto, el proceso
exacto; sin embargo, es el erróneo. Y es equívoco porque antes
debe existir una inquietud intelectual, una sensación de
frustración, el enhado de sentir sensaciones vigorosos con dejo
de trascendencia y no poderlas expresar, querer hablar de
literatura con tus coetáneos para terminar escuchando el resumen
de una final de futbol. Sufrir el infortunio de imaginar paseos
por el río, crear versos y acariciar en sueños su cabello, para
que al momento en el que ella, bella zahorí, pronunciaría
palabras hermosas, a tus oídos arriba una voz atiplada de lerda
que iracunda te hace saber la magna decepción que le causó el
final de la telenovela. Personas poseedoras de este tipo de
espíritu son las únicas potencialmente dotadas de sobresalir en
cualquier expresión artística. El problema, es que para lograrlo
hay que lidiar con el livor y la saña de los anodinos deslucidos
que apuestan al fraternalismo, humillación y arribismo para
obtener una posición.
Los Dealers responden a la fusión de dos bandas mexicanas:
Adelina y Vintage. Los integrantes se conocieron en el
bachillerato, encontraron en los acordes un paliativo común y se
juntaron para tocar. Lo consuetudinario del asunto dejó de serlo
cuando escuché su Ep y descubrí a una gran banda, una verdadera
agrupación de rock, sin pretensiones ni petulancias. Rock
sobrio, bien hecho, intelectualizado, con un producto
perfectamente logrado. Su sonido es atildado: una sólida base
rítmica permite que regias guitarras luzcan en ascuas, la voz
parezca instrumento y un saxofón ornamente fulgurante la
batahola alucinante.
Carlos Camacho toca el bajo, Paul Mijangos la guitarra y Julio
de la Rosa el saxo; la batería es golpeada por Daniel Geyne y el
que canta es Héctor Fernández. Juntos todos dan vida a Los
Dealers. Escuchar música asaz bien hecha que derrocha talento es
siempre un placer. Sin embargo, me invade una sensación
astringente cuando me doy cuenta que ser mucho mejor que otros
grupos hasta ahora en los Dealers sólo ha significado cumplir el
fondo del sueño, más no la forma. Es decir, el nivel lo tienen,
más no la posición para vivir de su música. Es enfadoso que el
nivel excelso no sea espejo de trabajo seguro, que ser
excelentes no les aseguré participaciones en magnos conciertos o
contratos discográficos justos. La saña, el livor y la envidia
son innatos en la industria y también a estas rémoras hay que
vencerlas por igual.
Creo que una banda capaz de grabar tres canciones tan
pasionales, intensas, melancólicas e inteligentes no tendrá
ningún problema, tal vez un poco tardará, en lograrlo. Y cuando
lo haya hecho, posee sensibilidad desarrollada, dominio de los
instrumentos, compatibilidad, buena prosa e intensidad de
pasión, así que, ya dominado el sendero, difícilmente algo
evitará que lleguen a sublimes remansos. La primera canción, Yo
no soy tuyo, aborda el masoquismo de manera velada, evita la
ordinariez de la descripción de esta perversión sexual y la
traza finamente desde un enfoque psicológico, transitando por
los sentimientos de un adolescente que en su otrora amada
descubrió a una dominatriz.
Conmueven sus súplicas "ya no soy tuyo, ya no soy tuyo",
estremecen sus quejas "por desgracias ésa es tu afición", y
derrocha inocencia al decir "soy libre esta vez". En la segunda,
Lo mejor de ti, aflora la obstinación y plasticidad de los
rompimientos, cuando se empeñan en olvidar y engañarse, en
pensar, e intentar creerlo en verdad, que nunca se amó, que
nunca hubo profundidad y que jamás se recordará. "Todas tus
cartas y fotografías, no son otra cosa que papel, pero nunca
está de más reconocer que para el fuego estuvieron bien" Por
último, Falso, trata sobre la ruindad de las personas, habla de
una mujer desagradecida que olvidó lo que alguna vez se hizo por
ella y, una vez que salió del problema, la da espalda y ataca
con sus garras.
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