GRUPOS
EN INDYROCK * Archivo histórico
Ali Farka Toure
Foto EFE / IDEAL
Un genio en los jardines García Lorca
Por
Manuel Villar Raso (Colaboración especial para
IDEAL - IndyRock)
ALÍ Farka Touré acaba de visitarnos. Era un sueño para él estar
en Granada, ver la Alhambra y cantar en la casa de Lorca. Alí
vive en un poblado del río Níger, llamado Niafunké, sin luz
eléctrica hasta hace un año, dedicado a la agricultura, y hoy es
un hombre leyenda, junto con Salif Keita, para los entendidos en
blues y música maliense. Sin escuela alguna, toca el djerkel, la
njarka, el ngom, la flauta, la guitarra y la batería. Al final
nos deleitó con el djourkéle, una guitarra de una sola cuerda, a
la que arrancó parecidos registros a los de una guitarra
convencional entre oleadas de aplausos. Todavía un niño, una
serpiente con una extraña marca en la cabeza, llamada Ghimbala,
relacionada con los espíritus del río, se le enroscó en el
cuello.
Consiguió quitársela, pero a partir de ese momento entró en un
mundo nuevo y sufría ataques epilépticos. No sentía ni el agua
ni el frío y lo llevaron al poblado del Homborí, en el país
Dogón, donde consiguió curarse y allí empezó a tocar. A su
regreso, los espíritus del río lo recibieron de nuevo y siguió
creciendo y tocando con ellos.
«Sé quién eres, el Viejo, el escritor de mi país», me dice en
francés al acabar el concierto con una sonrisa contagiosa. «Pero
Alí, ¿cómo me conoces?». «Querido amigo, el Malí es una pequeña
familia y sé tanto como cualquiera». El viejo es como allí me
llaman algunos, los que me conocen, y muchos me conocen después
de tantas andanzas por este hermoso y dramático país.
A Alí Farka Touré quisieron llevarlo a la escuela y él se negó.
«Siempre he pensado "me dice" que el aprendizaje es una especie
de derrota que tiene poco o nada que ver con el arte. El arte no
es ni gratuito ni simple. El arte es talento y sólo necesita de
la astucia para combatir las normas y los códigos, los gestos
simples y las palabras cotidianas, que es lo que te enseñan en
la escuela; mientras que la buena música se construye con pasión
y a golpe de pulmón, con las palabras apropiadas que expresan
emoción, dolor y amores imposibles». Una de las canciones de la
noche, Terei Kongo, decía: «Todo lo olvido cuando veo a mi
enamorada/a mi hermosa enamorada/es en ella donde descanso los
ojos/hermosos ojos y hermosos dientes/es en ellos donde
descansan mis ojos/qué dulce, dulce, es el corazón de mi
enamorada».
Hace algunos años, un cazatalentos americano, Ry Cooder, lo
descubrió, se lo llevó a América y en Los Angeles grabaron
Talking Timbouctou. Ese mismo año recibió el prestigioso premio
Grammy, que le ha complicado la vida, porque le obliga a salir
más de lo que quisiera y a abandonar sus quince hectáreas de
tierra junto al río. Es el hermano décimocuarto y, como todos
han muerto, tiene muchas bocas que alimentar, las de sus esposas
e innumerables hijos. Ha importado tractores, bombas de riego y
tiene tanto éxito como agricultor que como cantante de blues,
base de su música; pero unos blues especiales, los verdaderos
blues originales que él toca con un solo acorde y no con cuatro
como los americanos.
Es un hombre sencillo y pienso al verlo que es feliz, con sus
seis álbumes y sus quince hectáreas, tocando blues con Carlos
Santana y con John Lee Hooker, o en su casa de Niafunké, donde
todo se comparte, sea la comida, el dolor o la felicidad; pero
sobre todo rodeado de niños; «en mi pueblo y en mis tierras, a
la orilla del Níger. Es la única experiencia que me llena de paz
y me reconcilia con la tierra». Una de las canciones de su
último álbum, Niafunke, dice: «Niños del Malí caminemos mano con
mano/tenemos que cuidar entre todos nuestra tierra y nuestra
cultura». Otra de sus canciones añade: «Soy Alí y éste es el
mensaje a mi gente/que la miel no sabe buena en una boca/estoy
aquí y voy a compartirla/todo lo que he ganado con mi música
volverá a la tierra y a mi gente».
Musicas
del Mundo
Tomás Astelarra (IDEAL- IndyRock)
El concierto de Ali Farka Toure del pasado martes en la Huerta
San Vicente dio una imágen muy curiosa para aquellos que se
acercaran a la entrada a poco de empezar el show.
A un lado del esmerado guarda de seguridad bailaban animadamente
un grupo de personas sin entrada (ya sea por falta de dinero o
porque la acústica era la ideal desde esa posición). Del otro
lado, un grupo de personas con entrada (ergo con dinero o
invitación), tomaban su caña lejos del escenario, ajenos a la
labor del artista de Malí. Algunos se marcharon antes del final,
otros miraban con curiosidad los CDs que se ponían a la venta
cerca de la barra.
El triunfo de la llamada World Music en los últimos años se debe
en dosis iguales a la curiosidad por otras culturas, la moda y
el falso intelectualismo (ese que pone más énfasis en conocer
autores que en leer su obra). No es la primera vez que en un
concierto de artistas del mundo uno ve esas caras de «no se de
que va la música de este tío, pero dicen que es muy
chulo».
Más alla también de la increíble curiosidad y esfuerzo de
artistas como Ry Cooder, David Byrne o Peter Grabiel, que han
puesto a artistas de todo el mundo en las grandes discográficas,
la World Music se ha convertido en una dedocracia, una simple
cuestión de suerte.
Ry Cooder conoció a los miembros de la Buena Vista Social Club
gracias a una sesión de grabación fallida en Cuba. Algo tan
azaroso como el vinilo de Tom Ze que David Byrne encontró en una
tienda de discos de Río de Janeiro. Su elección puede ser
discutible o no, pero lo cierto es que estos artistas han pasado
a estar en boca de todos los europeos. Los mismos que han puesto
un signo de interrogación a la muerte de Tito Puente, uno de los
músicos más emblemáticos de la salsa. Nadie niega que los
experimentos sonoros de Tom Ze son admirables. Pero quien se
acuerda de artistas brasileños como Hermeto Pascoal, ese gnomo
encantado que hechizó a todo Brasil con su sonidos.
Así como es cierto que una antología de un músico es la mejor
forma para conocerlo pero la peor para disfrutarlo, también es
bueno advertir que World Music no es un sinónimo de «músicas del
mundo».
Advertencia entonces para los curiosos: que no todo
quede en las manos de Ry Cooder o David Byrne. Los chulos
y los intelectualoides supongo que ya habrán dejado esta columna
hace un buen rato.
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